¿Qué Pasa?

La metamorfosis de los desechos a orillas del Golfo de Morrosquillo

Una ‘paisa’ hace purificación del alma y del mar junto a cien niños.

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El bálsamo que necesitaba el alma de María Claudia Termmes para superar la partida de sus padres y la terminación de su matrimonio se lo obsequió el mar. Ese alivio le llegó inmerso en la pesca, en la sonrisa de los niños que casi a diario la visitan y en la creación de objetos artísticos a partir de los desechos que dejan los turistas irresponsables en las playas y aquellos que expulsan las olas desde las profundidades.

Nada pasa por casualidad y esa idea de retribuirle al mar lo que él ha hecho por ella en sus 50 años de vida se convirtió en una tarea titánica que está enmarcada en la Fundación Los Niños de la Mar, integrada por cien pequeños, que coordinados por ella transforman en verdaderas obras de arte la basura que afea el corredor playa.

Su centro de operación está en el barrio Coveñitas, en Coveñas, bajo el techo de la casa que ella llama La Piragua. No es para menos ese nombre porque entrar a esa edificación es encontrarse un mundo marino congelado en adornos en formas de canoa, atarrayas, peces embalsamados y álbumes de aventuras marinas de la que un día también fue una niña de la mar. La paz que se respira en este lugar solo puede igualarse con aquella que da el contemplar el apacible mar que está a pocos metros de la casa.

“Quiero enseñarles a los niños a cuidar el medio ambiente a través del reciclaje y el arte. Por medio de esto los niños se sensibilizan y construyen grandes cosas. No se trata del solo hecho de salir a recoger los desechos sino saber lo mínimo sobre el cuidado del mar y trabajar con el reciclaje. Es una buena combinación”, indicó María Claudia.

Planteado de esa forma, lo que los niños hacen básicamente es transformar. Tienen la materia prima y se trata de darle rienda suelta a la imaginación para construir. De ahí que afloren figuras de peces elaborados con recipientes plásticos, así como también pequeños barcos, aprovechando las distintas basuras con las que se topan casi a diario en el lecho marino.

A este proceso lo anteceden talleres encaminados al cuidado de las especies marinas y el entorno. Primero los niños observan lo relacionado con las tortugas y manglares, por ejemplo, y luego plasman con las obras lo aprendido.

“No se trata de una actividad de pasatiempo, se trata de aprendizaje”, exteriorizó María.

Y tiene cómo comprobarlo porque los principales beneficiarios de estas actividades son los hijos de los pescadores. Y es que la Tata, como la apodan, también agarra la canoa, el cordel y la atarraya y se va a altamar a pescar. En su barca, como dice el cántico religioso, no hay oro ni espada, tan solo su trabajo. Esa labor la usa como especie de yoga y ya hace parte de su rutina a orillas del Golfo de Morrosquillo.

“Trabajo con los hijos de los pescadores porque soy pescadora desde muy pequeña. Crecí en este ambiente y ellos siguen siendo mis amigos. Por lo que se está viviendo actualmente, los problemas que enfrenta la pesca, estos niños ya no van hacer pescadores entonces quiero que estos pequeños tengan las bases para vivir de algo cuando crezcan”, aseguró.

Los cien niños están distribuidos entre Coveñas, Tolú y el Archipiélago de San Bernardo. Al Islote e Isla Múcura llega a bordo de lanchas y allí ya tiene bastantes amigos y beneficiarios que reclaman los talleres. La logística económica y de transporte de elementos corre por su cuenta.

Por eso la lucha no es fácil. A veces en su camino hay tormentas como las del mar, aunque en esa ruta María Claudia tiene “ángeles” que le hacen donaciones de elementos didácticos para que los niños puedan crear. Las pinturas y demás objetos necesarios son producto de donaciones de sus amigas en Medellín, ciudad donde nació, pero hace falta mucho más. La fundación Sucrea también le está brindando apoyo para aportar con un granito de arena para que así esta labor social no naufrague.

“Cuando salimos los fines de semana los mismos niños hablan con los turistas y hemos encontrado desastres. Es muy difícil crear conciencia en el hábito porque a pesar de estar educados a veces muchos fallamos en nuestras propias casas y en la playa también. Hay que crear cultura de reciclaje desde el nacimiento”, dijo María.

En esta “embarcación social” a veces se siente sola, mirando al horizonte por falta de apoyo, pero no baja las velas porque el mar no se queda con nada y con lo sabio que es de a poco le va retribuyendo aquello que ella junto a su ejército de pequeños pescadores están haciendo por él porque es una entrega recíproca.