Historias

El fenómeno del niño afectó hasta la venta de dulces tradicionales de Semana Santa

Afirman las mujeres de Palenque, que conservan la tradición de los ‘rasguñaos’ de Semana Santa.

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En Semana Santa, época que motiva al recogimiento y la abstinencia, uno de los ‘pecados’ que tal vez más salta a la vista en Barranquilla y el resto del Atlántico es el de subir unos kilos de más.

En parques, centros comerciales, calles y en las viviendas de los barrios está la gran ‘tentación’: los ‘rasguñaos’, como popularmente se les conoce a los dulces elaborados con frutas tropicales, tubérculos, granos y leche.

Esta es una de las costumbres más arraigada entre la gente de todas las clases sociales, comer ‘un poquito de cada dulce’, especialmente los Jueves y Viernes Santos, aunque estos comienzan a venderse prácticamente desde el mismo Miércoles de Ceniza, con el comienzo de la Cuaresma.

El paso del tiempo ha ido cambiando un poco la tradición hogareña de compartir e intercambiar dulces, pero en la ciudad este legado huele y sabe a San Basilio de Palenque, rincón africano en América, de donde son originarias la mayoría de mujeres responsables de la preparación de estos manjares.

En el parque Tomás Suri Salcedo no hace falta que sea un día santo para darle gusto al paladar. Allí hay más de una maestra en este arte, que exhibe al aire libre dulces de papaya, guandú, ñame o coco. Asímismo en los centros comerciales y colegios cada vez es más frecuente ver a algunas de las 30 mujeres de la organización de Comunidades Negras Ángela Davis (en honor a la activista afroamericana); dedicadas a este negocio o microempresa familiar en que se ha convertido preparar y vender dulces.

Dulce de coco con leche | Foto: AL DÍA


Dulce de papaya. | Foto: AL DÍA


Dulce de mango. | Foto: AL DÍA


Dulce de corozo. | Foto: AL DÍA


Dulce de ciruela. | Foto: AL DÍA


Dulce leche cortada. | Foto: AL DÍA


LAS RECETAS DE CORINA

Una o tres horas tarda Corina Cardona de Márquez dándole ‘palote’ (revolver con cuchara de palo) a los dulces que prepara.

A sus 64 años, ese es el secreto que sugiere para que el producto pueda conservarse en la nevera durante más de tres meses. Esta mujer negra, de contextura gruesa y 1,62 de estatura, insiste en que la dedicación y el amor al trabajo han sido los pilares de los 44 años dedicados a la elaboración y venta de estos manjares.

Rodeada de paredes de concreto, un horno, una pequeña cocina industrial y cucharas de plástico y madera, Corina hace de su casa en el barrio Nueva Colombia, el templo de los dulces. Un infaltable turbante en la cabeza la acompaña, así como un acento marcado que no deja dudas de su nativo Palenque.

Como un tesoro en custodia guarda en su memoria los recuerdos de los exquisitos platos con que sus familiares la recibían en San Basilio en sus primeros años.

Intercambiar un plato de arroz de hicotea, con ‘ensalada de payaso’ y un vaso de agua de panela o tamarindo, es una práctica que junto a sus vecinas aún conserva pese a los afanes de la vida en la ciudad, y a las campañas ecológicas por preservar esta especie.

Sin reparo, ni censura de fórmulas mágicas, la palenquera da detalles de la elaboración del dulce de coco con leche, que según su parecer es el más vendido en Semana Santa.

“Lo primero es cocinar el coco. Cuando esté cocido hay que echarle azúcar, mezclarlo y agregarle leche. Adicionarle canela, un pedacito de clavo y un frasquito de leche con sal. Cada cual tiene su modo de prepararlo”, afirma.

Luego de exponerse al calor del fuego y a una que otra quemadura durante el día, Corina asegura quesiempre termina la jornada con ‘un baño de agua caliente con sal’ para que ‘no se le tuerza el cuerpo’, como advertían las abuelas. No quiere sufrir ningún quebranto de salud para aguantar el ritmo de trabajo de estos días. Viernes, sábado y domingo Santo, “por respeto a nuestro señor Jesucristo no se trabaja”, agrega.

TRADICIÓN EN FAMILIA

Laudis Cáceres Tejedor, barranquillera, cuenta que su madre nunca le dijo que le iba a dar clases para que preparara dulces. Desde que tiene uso de razón, asegura que a la edad de 6 años ‘ya meneaba calderos’, y su estilo se fue puliendo a punta de observación y voluntad de ayudar.

Laudis Cáceres dedica su tiempo en ser madre, hacer dulces y estudiar dos carreras.


En una casa del barrio La Esmeralda, suroccidente de Barranquilla, vive esta joven que junto a su familia han hecho de la elaboración y venta de dulces su sustento de vida. Cuenta que con esta actividad su madre, Maria Tejedor Herrera, nativa de Palenque, pudo darle estudio a ella y a sus cuatro hermanos.

María Tejedor Herrera hace dulces en fogón de leña.


Ahora Laudis distribuye su tiempo vendiendo dulces en el centro comercial Metrocentro, sobre todo en días libres cuando no está estudiando gestión de mercadeo en el Sena, ni tiene tareas pendientes en su carrera de psicología que cursa de manera virtual en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad).

Para esta joven de 23 años y madre de dos niños,la clave de hacer dulces es la energía que se les impregna en el momento de la preparación.

“Si los dulces se hacen con amor: brillan, resplandecen. Cuando se está amargado se le puede quemar o quedar muy ácido. A veces duele cuando uno se quema, pero yo no cojo rabia, ni nada”, agrega mientras atiza el fogón de leña en el patio de su vivienda.

Para la mayoría de estas mujeres, la razón por la que se come dulces en la Semana Mayor no es un asunto que les preocupe más allá de preservar una tradición religiosa y aprovechar un dinero extra.

Laudis, después de hacer un par de preguntas a sus matronas, explica que la costumbre tomó auge durante los días religiosos ya que era la época de cosechas. “A nuestras abuelas sus maridos les traían el guandul, el ñame, la papaya y por eso ellas empezaron a hacer las conservas”, contó la muchacha.

LA VARIEDAD

• Dulces para el amor: Por vistosos, brillantes y estéticamente llamativos, sabores como mango, ciruela y caballito (a base de papaya) son los que más adquieren los enamorados; expertas en dulces los ubican como un regalo propicio entre novios.

• Cuidado con la diabetes: El emprendimiento y las ganas de innovar hacen parte de estas mujeres que además de trabajar en equipo proyectan en unos años preparar toda una línea de sabores para diabéticos. El guandú y el ñame son los dos sabores más apetecidos por aquellos que padecen este tipo de enfermedades y quieren ‘darse el gustico’ de vez en cuando sin terminar en una clínica.

• Los afrodisíacos: Uno de los dulces más auténticos y sonoros es el mongo-mongo. Según las vendedoras es una mezcla de frutas tropicales que no le puede faltar el plátano verde o maduro y el borojó. Las propiedades afrodisíacas de este poderoso cóctel, en palabras de Corina Cardona, levanta ‘hasta el palote más caído y calienta a la más dormida’.

El mongo mongo, uno de los dulces más apetecidos por los hombres debido a supuestas propiedades afrodisíacas.


‘EL NIÑO’ AFECTÓ LA OFERTA

La creatividad de las vendedoras en este 2016 depende de lo que la madre naturaleza y la capacidad de sus bolsillos puedan proveer en estos tiempos de austeridad. Por eso aseguran que el fenómeno de El Niño también ha hecho estragos en la tradición.

Dulces como el de ciruela, mamón, papaya, coco, corozo, icaco, entre otros, cada vez son más escasos en la región a falta de las lluvias. El incremento de los precios de dichos productos es otro factor que incide en la variedad que se exhibe por estos días en poncheras de plástico protegidos con plásticos trasparentes.

“Nosotros los compramos en el mercado o los traemos desde Bolívar así esté caro. Lo único es que se compra poquito, pero al final todos los dulces cuestan lo mismo”, afirma Marlene Valdés, 61 años, vendedora independiente en el parque Suri Salcedo.

Y es que en general, el precio no depende del tipo de dulce, pues sin importar el sabor cuestan desde mil hasta diez mil pesos dependiendo del tamaño del envase.

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