¿Qué Pasa?

ESPECIAL | El escabroso relato de los asesinatos del ‘Monstruo de Tenerife’

Las autoridades le atribuyen al menos 60 asesinatos de mototaxistas en diferentes partes del país.

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El perfil criminal que han logrado elaborar las auto­ridades de Luis Gregorio Ramírez Maestre, conocido como el Monstruo de Tenerife, es el de un asesino en serie calculador, que ‘cazaba’ a sus víctimas pa­ra después torturarlas hasta dejarlas morir atadas a un árbol.

Aunque las autoridades le atribuyen al menos 60 asesina­tos de mototaxistas en diferentes partes del país, de los cuales 20 habría cometido en Valledupar, este hombre dejó entrever en una de las diligencias judiciales en su contra, que no actuó solo en los crímenes, pidiendo protección para su familia a cambio de colaborar con la justicia, dando nombres de otros presuntos involucrados.

“Ante todo ofrezco disculpas de todo corazón si de pronto he fallado en algo más, hay muchas cosas que se deben sa­ber, y perdonen el error que cometí, si es necesario hablaré con las familias y diré la verdad, por qué pasó… cometí esa imprudencia de dejarme llevar por cosas que nunca en la vida pensé hacer, de verdad me arrepiento”, expresó Ramírez en la audiencia donde aceptó el homicidio de John Jairo Amador, mototaxista de 19 años, en hechos ocurridos en el municipio de Tenerife, en el Magdalena Medio, y por el cual está pagan­do una condena de 34 años de prisión en la Penitenciaría de Alta y Máxima Seguridad en Girón (Santander).

Según los expertos que han estudiado su conducta, Luis Gregorio Ramírez disfrutaba con “castigar y humillar” a las personas que después le daba muerte mediante estrangu­lamiento.

Ese era su modus operandi, y a pesar que se iban en­contrando cuerpos y restos de mototaxistas asesinados de la misma forma en distintas latitudes de la geo­grafía costeña y del interior del país, a los investigadores les tardó mucho tiempo dar con su paradero.

PRIMEROS INDICIOS

Los primeros indicios de un asesino serial de trans­portadores informales en motos, se dieron por la forma de matarlos. Los ataba de pies, manos y cuello, y los dejaba ama­rrados a los troncos de los árboles en zonas boscosas, apartadas, donde muy difícilmente pudieran ser encontra­dos.

En las reiteradas au­diencias hechas por la Fiscalía Primera Es­pecializada de Barrancabermeja, el fiscal Jaime Lozano, ha dicho que la perfilación criminal concluye que las características y las motivaciones corresponden a acciones únicas homo­géneas observadas en los lugares de los hechos y se han mantenido en el tiempo de los casos analizados, per­mitiendo inferir que utilizó un mismo hilo conductual.

“Hay un tema central y es que era dominador, controlador, que castiga­ba a las víctimas mediante el uso de ataduras con cuerdas puestas des­de el tronco de un árbol atando las manos, pies y cuello para impedir el movimiento y generar un es­trangulamiento hasta causar la muerte”, señaló el fiscal.

Una tesis similar plantea Medicina Legal en Valledupar, en relación a las necropsias realizadas a las víctimas en esta región del país. Loly Luz Liñán, directora del instituto forense en esta capital, mencionó que para estos casos todo estaba esquematizado, es decir, había un patrón de un asesino serial para estas víctimas.

“Todos eran personas jóvenes en el mismo rango de edad, todos mo­totaxistas y para las necropsias nos orientábamos en las zonas donde se encontraron los cuerpos o restos con ataduras y al reunir un caso completo se contextualizó de manera subjetiva que la causa de la muerte podía estar asociada con una asfixia mecánica, por la forma que el agresor los ama­rró, el tipo de nudos, el tipo de lazos esos son hallazgos subjetivos, sugie­ren este diagnóstico, fueron personas quedaron comprimidas y amarradas a los árboles”, explicó la médico forense.

UN CELULAR, LA CLAVE PARA ATRAPARLO

El caso que prendió las alarmas en los investigadores judiciales fue la desaparición y muerte del John Jairo Amador. Con él ya iban cinco asesina­tos de la misma manera; las víctimas todas eran mototaxistas, cuyos cuer­pos aparecían en zonas rurales y bos­cosas atados con cuerdas a un árbol.

Las similitudes de las muertes da­ban pistas que el asesino disfrutaba con torturar y humillar a las víctimas; sin embargo, no podían dar con el res­ponsable porque era cuidadoso en no dejar pistas. Pero un teléfono celular finalmente lo hizo caer en manos de las autoridades.

Resulta que Jhon Jairo Amador te­nía un celular de alta gama, que el ho­micida tomó para su uso; al rastrear el aparato, los investigadores fueron atando cabos, llevándolos a confirmar que se trataba de un asesino serial.

Las llamadas de ese teléfono fue­ron interceptadas y dieron cuenta que se trataba de Luis Gregorio Ramírez Maestre, nacido en el corregimiento de La Mina, jurisdicción de Valledu­par, quien fijó su residencia en esta capital por varios años hasta irse a Medellín, Bogotá y Santa Marta, y de quien pudieron conocer que había sido capturado en dos oportunidades por hurto a motocicletas.

Fue así como luego de nueve meses de seguirle los pasos, fue capturado en un operativo de la Policía Judicial en Santa Marta; para sorpresa de los uniformados, este tenía en su poder decenas de cédulas de sus posibles víctimas, además de piezas de moto­cicletas y elementos de mototaxistas como chalecos y cascos los cuales han hecho parte de las pruebas de la Fis­calía para continuar con las investi­gaciones y descubrimiento de otras muertes.

SIGUEN LAS INVESTIGACIONES

Recientemente la Fiscalía le impu­tó tres nuevos homicidios de moto­taxistas en el Cesar, a el Monstruo de Tenerife, dos en Valledupar y otro en la vía Bosconia-Plato (Magdalena).

Uno de estos fue el de Ricardo Al­fonso Jácome Carpio, tenía 25 años, el 29 de marzo de 2011, día que des­apareció del barrio Villa Luz, occi­dente de Valledupar. Era mototaxis­ta. Luis Gregorio Ramírez Maestre lo esperó en la esquina de su casa, y luego se le perdió el rastro hasta el 20 de abril del mismo año cuando su cuerpo fue encontrado en zona rural.

Otro caso fue el Carlos Alberto Ra­mírez Algarín, de 27 años, quien des­apareció el 6 de febrero de 2010, su cadáver fue encontrado cuatro días después en cercanías al corregimien­to de Río Seco.

También el asesinato de Manuel Villarreal Chávez, de 24 años, des­aparecido el 17 de mayo de 2010, cu­yos restos óseos fueron hallados en la vereda Paja Larga, jurisdicción de Río Seco, un año después. Según sus familiares, Ramírez Maestre, por va­rios meses se ganó la confianza de Manuel, era amigo tanto de él, como de sus parientes y en varias oportu­nidades llegó a visitarlo en su pro­pia casa.

El fiscal Jaime Lozano, dijo que ahora seguirá una audiencia de acu­sación, y se está estudiando la po­sibilidad de un preacuerdo para la aceptación de los homicidios recién imputados.

“Son investigaciones a nivel nacio­nal para saber la verdad y se haga justicia”, indicó el funcionario de la Fiscalía General de la Nación.

‘Mi hijo no era un perro sin dolientes’

Para Miladis Car­pio, madre de Ri­cardo Alfonso Jáco­me Carpio, desde el 29 de marzo de 2011, su vida cambio. La desaparición y muerte del mayor de sus tres hijos la ha dejado marcada con tristeza y sufrimiento en los 6 años después del hecho. Pide que la justicia actué, “toca aceptar la realidad, pero ten­go claro que Dios no se queda con nada y lo que él hizo lo va a pagar con algún hijo. Mi hijo no era un pe­rro sin dolientes”.

‘Que reconozca que mató a mi hijo’

Una de las tác­ticas usadas por Luis Gregorio Ra­mírez Maestre era la de hacer amis­tades con sus víc­timas y las fami­lias de estas, así le sucedió a Manuel Villarreal Chávez, de 24 años, y oriun­do de esta capital. Según el relato de su progenitora, Elba Chávez, en más de una oca­sión el llamado Monstruo de Te­nerife compar­tió con sus hijos e hizo amistad con Manuel, pues este era mototaxista, y rá­pidamente se ganó su confianza.

“Mi hijo le llegó a prestar dinero, ese tipo llegó a mi ca­sa y departieron varias veces jun­tos”, relató Elba Chávez. “Yo qui­siera que él paga­ra y que reconozca que él lo mató”.

‘No hay arrepentimiento’

La psicóloga clí­nica María Eu­genia Sarmiento, describe el com­portamiento y las acciones de Luis Gregorio Ramírez Maestre, como una persona que carece de remor­dimiento y que no tiene ningún tipo de moral.

“Son problemas que vienen des­de la infancia por­que no les brinda­ron amor y crecen con ese remordi­miento sin este sentimiento por sí mismo y para los demás”.

Explicó además que en este ti­po de comporta­mientos podría existir un arre­pentimiento si el agresor lo ha he­cho solo una vez, “existe esa posi­bilidad, pero de una persona que ha sido reiterati­va no”.